Amasando los límites
difusos
de mi mente,
salgo a la noche,
entro en su oscuridad,
el zumbido del
silencio en mis oídos
se atraganta con
punzantes espasmos de soledad.
Y entre triángulos
banales, borrosos y
sin sentido
despejo mi alma, y me
zambullo en el drama,
las frías luces que
solían ser estrellas,
el cuadrado monótono
del rutinario caminar,
el aullar de lobo que
tiene el viento,
el frío que
disfrazado de corsario
perfora mis huesos y
reverbera
en sangre en mi
garganta,
el tiempo que pasa
frente a mí
ignorando las cítaras
que interpretan
los desatinos de mi
agonizante juventud,
el gusto del vino
malo, el olor a cigarro malo
los aros blancos,
balanceándose sincrónicamente,
la oscuridad mental,
ninguna virtud.
Y la triste sinfonía
que alcanza un interludio,
interludio que
amenaza con finalizar otro día.
Eduardo Heilbron
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