Las huestes del
infierno
ya se dejan ver
tiniendo de rojo
el horizonte,
tiemblo al intuir el
amanecer,
al verme asfixiado
por el aire
hirviendo,
tirando el pesado
carro
recibiendo el castigo
del látigo
en mis llagas de
fuego.
Tiemblo.
El patrón atrapado en
la coyuntura
que no quiere saber,
el aire acondicionado
y el champán con hielo,
la cerveza helada y
los abanicos,
y el sol que seca mi
sangre.
La rutina que evapora la esperanza,
que deja mi cuerpo
como el sudor,
lentamente me canso
hasta de sentir
dolor,
el asfalto que
calcina mis pies,
abrazador
se convierte en ripio,
el sol se va
con su maléfico plan
cumplido.
Eduardo Heilbron
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