Mi joven espíritu
observa azorado
como el barrio
amanece inundado.
Me lamento
por aquellos que
perdieron todo,
aunque ya no tenían nada,
los viejos olvidados,
la perra con
cachorros abandonada
a su suerte,
a ser víctimas del
monocultivo,
la usura, la burbuja
inmobiliaria
pronta a estallar, la
indiferencia,
igual de dura
hasta con los indiferentes,
al consumo que nos
consume,
a la publicidad que
nos inunda.
Mis brazos están cansados
de nadar sin ver
tierra,
como las vaquitas
están cansadas
de nacer
sentenciadas.
Formamos parte,
aunque lo neguemos,
de la entronización
del pesticida,
de la aceptación
diaria del invernadero.
Somos culpables de las
migraciones
de aves,
de la desaparición
progresiva
de las prendas de
lana,
de que se tapen los
desagües.
Debemos pagar nuestra
estadía,
debemos hacernos
cargo de siglos de desidia.
Despertar.
El sentido común
dijo:
“Nunca tendrás
suficiente,
de lo que en realidad
no necesitas”
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